ROCIO
Entre las flores,
bien entrada la mañana,
despierta una gota de agua
que limpia el corazón de los árboles,
refresca la tierra
y alimenta su entorno.
No fue la casualidad
la que te dio tu nombre,
pues como ese despertar eres tu,
Rocío.
Tú le hablas a las almas,
les das aliento,
les das brío.
Con silencios,
con verdades,
con sentido.
Eres ese espacio
donde no existe el vacío,
y ennobleces con tu encanto
esos días
cuando hace frío.
Eres el abrazo que consuela,
la voz que te despierta,
el pilar que, sin hablar mucho,
le da vida
a este mundo sin sentido.
Tu belleza es tu carácter,
tus ojos marrones,
tu humor cínico.
Al que llora lo acompañas,
le das rumbo al perdido.
Y si alguien corre peligro,
te pones delante
y luchas contra todos sus enemigos.
¿Cómo no quererte?
¿Cómo no admirarte?
¿Cómo no querer ser tu amigo?
Eres norte.
Eres la voz que susurra al oído:
Lucha, sé valiente, no te rindas,
no estás solo,
yo estoy contigo.
Y quiero agradecerte
de la única forma
en que sé hacerlo:
que aunque caiga y me levante,
y vaya a trompicones,
siempre puedo contar contigo.
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